El disco se abre con Her eyes are underneath the ground, una canción muy en la línea de su anterior trabajo, I'm a bird now, con esqueleto de piano. A continuación, un momento más luminoso, Epilepsy is dancing, con arreglos de cuerda y un estribillo que te atrapa irremediablemente.
La luz que llora se abre paso después a través de otros temas como el ya conocido por su anterior EP, Another World, o Daylight and the sun (para mí, de las mejores), con una melodía para emocionar a las piedras y la omnipresente voz de Antony para marcar la diferencia.
El disco se cierra con Dust and Water, lamento desnudo de cualquier ornamento musical y la concluyente Everglade, donde Antony juega con sonoridades sinfónicas para darnos un último mensaje más optimista.
En definitiva, The Crying Light es, otra vez, un disco donde la personalidad de Antony fluye por todas partes. El sello y la individualidad del genio queda de manifiesto en cada una de sus canciones y el resultado final es de una elegancia inusual. Se podrán aplicar muchos calificativos a este disco, pero uno sería del todo inapropiado y ese es precisamente el de vulgar.
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